Cuatro paredes, una ventana a la que apenas se asoma y una puerta que cerró hace ya mucho tiempo. Tendido en su cama mira el techo descascarado y apenas escucha lo que afuera sucede, situaciones muy ajenas a él. Tiene los sentidos adormecidos. La habitación está en penumbras y poco que hay para ver. Hasta sus olores corporales, fruto de esos seis meses de falta de higiene parecen no importarle, o quizá siquiera los percibe. Tadashi tiene 18 años y ya han pasado 2 desde el día en que decidió auto-recluirse en ese cuarto. Tadashi es uno de ese millón de japoneses que sufren Hikikomori o, también llamado, síndrome de aislamiento.
El problema ya no solo es privativo de Japón, sino que se han registrado casos en Corea del Sur y China. Hikikomori se traduce al español como “apartarse” o “recluirse” y en estos casos se refiere a personas que se encierran por más de seis meses. El 80 por ciento de los afectados son de sexo masculino y, por lo general, hijos primogénitos de entre 13 y 30 años. Se estima que 1 de cada 10 jóvenes japoneses sufren este problema y que el 41 por ciento de ellos pasan de 1 a 5 años encerrados en sus habitaciones. Durante el año 2002, fueron 6151 las personas tratadas en 697 centros de salud, una cifra un tanto mentirosa si se tiene en cuenta que la mayoría de los casos no son denunciados y, muchos menos, atendidos por especialistas. Ellos no salen de sus casas, ni siquiera comparten momentos con su familia y difícilmente se asean. Generalmente duermen durante el día y pasan las noches navegando en internet o interactuando solo con sus consolas de videojuegos. La alimentación es suministrada por los padres que dejan las bandejas con comida en las puertas de los cuartos. Adentro, ellos acumulan los residuos junto con sus largas horas de soledad.
Difícil es explicarse que puede llevar a un joven a auto-secuestrarse, a vivir sin ningún tipo de contacto con la sociedad y perderse así, los mejores años de su vida. Las causas son pocos claras, pero a pesar de ello, algunos profesionales se arriesgan a hablar de algunas variables que podrían llevar a estas personas a elegir el encierro como modo de vida. Las relaciones familiares son las primeras en ser estudiadas, ya que en Japón es la que la madre la persona responsable de la crianza de sus hijos y como el psiquiatra especialista en hikikomori, doctor Tamaki Saito, explica: “Aquí, madres e hijos tienen a menudo una relación simbiótica, co-dependiente. Ellas cuidan de sus hijos hasta que se hacen mayores, alrededor de los 30 o 40 años”. Pero la figura paterna tampoco ayuda, dado que las largas horas de ausencia debido a su trabajo hacen que esta se desdibuje. De este modo, los adolescentes crecen sin un modelo de conducta masculino. A todo esto debe sumarse el hecho de las exigencias y presiones a las que son sometidos los jóvenes del país del sol naciente, quienes sienten que deben cumplir con todas las expectativas que sus progenitores ponen sobre ellos. Así, ante esta situación, los adolescentes comienzan a temer al fracaso y deciden cerrar las puertas. Algunos especialistas cargan las tintas también sobre el papel social que se le asigna al hombre en la cultura japonesa. Creen que los jóvenes comienzan a sentir la presión durante esta etapa en la que, justamente, deberían conformar su identidad. Es así que toman la determinación de sentirse realmente fracasados, de aniquilar sus sueños... antes de que el mundo lo haga.
El disparador de este fenómeno social es, generalmente, un desengaño amoroso o un acontecimiento traumático en el ámbito escolar (fracaso en un examen, peleas, burlas). Es por eso que no es un dato menor que los pacientes con hikikomori comiencen su reclusión paulatinamente. No asisten a clase por un día, luego se ausentan de modo definitivo para más tarde encerrarse en sus propias habitaciones.
Ante el problema ya instalado en la sociedad cabe preguntarse ¿Cuáles son los efectos del hikikomori? El total asilamiento al que se someten estas personas hace que pierdan sus habilidades para relacionarse con la sociedad y resolver problemas. Carecen así de referentes y de la capacidad de distinguir entre el bien y el mal, lo que puede llevarlos a comportamientos violentos. No es casual que varios jóvenes afectados hayan cometido ya atroces crímenes. No les será fácil tampoco conseguir un trabajo estable, ni involucrarse en relaciones duraderas.
Pero afuera de esa puerta cerrada existe una familia, están los padres quienes consideran a esto como un problema interno que no debe rebelarse a personas ajenas al entorno. El trastorno no se discute abiertamente y de esta manera, la familia se convierte en cómplice de la situación. Una situación, para ellos, vergonzosa. La tolerancia de los padres es otro factor que sorprende a los especialistas. Ellos creen que la solución es darles tiempo, esperar a que el joven resuelva sus problemas y decida, algún día, reintegrarse a la sociedad. “Si fuera mi niño, tiraría la puerta abajo. Simple. Pero en Japón los padres creen en la elasticidad, les dan tiempo y creen que es solo una fase”, así lo manifiesta el Doctor Grubb, psicólogo de la Universidad de Maryland en los Estados Unidos, quien publicará el primer estudio académico sobre el tema escrito fuera de Japón.
Y alguien debe abrir la puerta. Es por eso que existen organizaciones sin fines de lucro que procuran ayudar a los hikikomori a salir y reinsertarse en la sociedad. Si bien admiten que el proceso es largo y requiere de gran esfuerzo, no es imposible. Luego de constantes visitas durante un tiempo, que puede ir de meses a año, logran sacar a los afectados de su encierro. Claro que esa es solo la primer etapa. El siguiente paso será reincorporarse a la vida social. . “Por supuesto, nosotros queremos que los hikikomori salgan de su encierro y se sientan a gusto hablando con la gente, pero este no es nuestro objetivo principal. A no ser que se les equipe para volver a ser miembros productivos de la sociedad, no podrán recuperarse por completo”, aclara la directora de Second Chance, Eiko Naruse. Una segunda oportunidad. Eso es lo que hay detrás de esa puerta que Tadashi decidió abrir después de esos 2 años, esos 24 meses, esos 730 días. Después de ese día en que decidió ser un fracasado sin sueños. Hoy quiere volver a soñar, ver la luz y compartir. La puerta quedó abierta.